30 d’abril 2006

La decadencia del lector

JOSÉ MARÍA GUELBENZU
EL PAÍS - Opinión - 06-02-2004

La decadencia de la novela o la decadencia de la lectura son dos asuntos socio-literarios de resonancia que periódicamente aparecen en la discusión pública con un tono lamentatorio, nostálgico y, en ocasiones, razonablemente masoquista. De lo que se habla menos es de la decadencia del lector, como si éste fuera una pieza inamovible del juego, como si la decadencia de la novela o de la lectura fuese un asunto que perteneciera a un estado de la realidad ajeno a la presencia concreta del lector. El lector aparece entonces como víctima de un plan general de degradación del conocimiento y como un ente pasivo sujeto a los vaivenes y conflictos de la sociedad de consumo.

La decadencia de la novela suele atribuirse al agotamiento de un género que ha reinado durante un par de siglos en el mundo de la literatura. La decadencia de la lectura se atribuye a su vez a la invasión de lo audiovisual en la vida de las personas. En lo que se refiere a lo primero, la historia demuestra que las nuevas formas de expresión no arrumban necesariamente a las antiguas, sino que, más bien, las resitúan. En cuanto a lo segundo, el lenguaje del impacto (la imagen) sólo demuestra ser más asequible, por lo inmediato, que el lenguaje de la reflexión (la palabra), pero no hay sustitución, sino, en todo caso, posición dominante.

Al mismo tiempo, en nuestro país la novela ha alcanzado cotas de difusión ciertamente notables. Se venden más libros que antes y se leen más libros que antes. La idea de que los libros se compran, pero no se leen, me parece indemostrada y, referida a la novela, sospecho que bien dudosa. En España hay más lectores que nunca y se venden más libros que nunca. También se edita más que nunca, de manera desproporcionada con respecto a la clientela real, pero eso tiene que ver con la saturación del mercado, no con el índice de lectura. El alarmismo me parece infundado, lo que no desdice del hecho de que seamos un país con índices de lectura inferiores a los de países tradicionalmente más lectores, como Francia, Inglaterra o Alemania.

Otra cosa es lo que se lee. Como decía al principio, no se habla nunca de la decadencia del lector. Y, sin embargo, lo que puede explicar el fenómeno de que se lea más y de que, paradójicamente, la literatura sea de peor calidad es, justamente, un asunto que compete a esa figura que, en principio, es calurosamente apreciada —debido al mérito de su esfuerzo implícito para encarar la página escrita— frente a la que se deja invadir pasivamente por la imagen: el lector.

El alimento del lector es el libro. En el caso de la novela, admitimos que se editan más novelas y se lee más, pero la calidad del producto decae de manera alarmante. Este aparente contrasentido lo sería si olvidamos a la pieza objeto de este artículo: el lector. En mi opinión, lo que ha descendido no sólo en España, sino también en los países que antes citaba como ejemplos de índice de lectura, es la calidad del lector, porque la calidad de la mejor literatura no ha cedido. Pero refiriéndonos a España, me atrevo a conjeturar que el cambio de proporciones entre lector selectivo (que escoge y progresa) y lector común (que sólo exige más de lo mismo) a favor de este último se debe sobre todo a la incorporación de nuevos lectores. Vivimos en una sociedad lo suficientemente rica como para permitirse comprar libros y lo suficientemente deseosa de autoafirmación como para leerlos. El problema es de criterio. La estructura social puede hoy en día modificarse con rapidez —de una dictadura a una democracia, por ejemplo evidente—, pero el criterio es un asunto de largo plazo.

Una de las rémoras de la democracia súbita es que se confunde con harta frecuencia la opinión con el criterio. Opinión tiene cualquiera, pero una opinión que no se funda en un criterio no pasa de ser una inconsecuencia. El criterio se adquiere como se adquiere el conocimiento: por la experiencia y el estudio. En otras palabras: no todas las opiniones son igual de válidas, del mismo modo que el lema "un hombre, un voto" sólo vale para votar, no para tener razón. La razón se adquiere de manera bien distinta y harto más trabajosa. Valga como ejemplo de torpeza encubierta de liberalidad aquel lema que hizo furor hace años en USA ("I'm good, you're good"), que no era el signo de igualitarismo que pretendía ser, sino de mera estupidez.

Tópico cómplice en el mundo intelectual es el enunciado que dice que "en España sólo hay unos diez mil buenos lectores"; si a esta frase le añadimos la exagerada, pero significativa, de Félix de Azúa: "Somos la última generación que ha leído", vendremos a concluir que, paradójicamente, a medida que aumenta la cifra de lectores generales, disminuye, si la muerte hace bien su trabajo, la de buenos o selectos lectores; es decir, no parecen tener repuesto. ¿Serán a la larga estos últimos una especie en extinción y serán liquidados bien por las mayorías adictas al mínimo esfuerzo, bien por las inmensas minorías victimistas y sustitutivas del intelectual universal a las que Harold Bloom agrupa bajo la denominación de "Escuela del Resentimiento"?

Recuerdo una reunión en Alemania en la que participábamos Juan Benet, Álvaro Pombo, Montse Roig y yo mismo, junto con los redactores de un suplemento cultural de prestigio, creo que el de Die Zeit, en el que nos preguntaron por qué los intelectuales alemanes apenas conocían la literatura española contemporánea y, en cambio, los españoles estaban al día en literatura alemana contemporánea. Juan Benet, con su mordacidad habitual, contestó: "Porque ustedes son lo suficientemente ricos como para permitirse ser provincianos y nosotros somos aún lo suficientemente pobres como para necesitar ser cosmopolitas". El valor actual del confort consumista y la nueva imagen ciudadana de que el libro pertenece al estatus actual es una de las razones por las que se ha reblandecido el acto de leer.

Otra razón de importancia es que el lector de nuevo cuño carece de tradición, carece de criterio y ha empezado a leer al apagar la televisión, no antes de que ésta llegara a casa. Confía en sí como todo el mundo confía en su propio gusto, pero sobre gustos hay mucho escrito, que no leído; el gusto no es innato, sino adquirido. No le ayudarán ni una crítica aún naturalista, además de arbitraria, ni una educación llena de rígidos esquemas y no menos rígidos tontemas y bobemas en sus análisis de textos. Su principal referencia es el entretenimiento por el entretenimiento. En consecuencia, ahora somos lo suficientemente ricos y cosmopolitas como para permitirnos leer como provincianos. La sencillez puede ser amiga de la novela de calidad; la simpleza, no; y en cuanto a la buena voluntad, es el principio, no el fin.

Así que el lector es reflejo de su sociedad y, como tal, es razonablemente acrítico; es decir, no es exigente ni selectivo, no le empuja la curiosidad de saber, sino la necesidad de saber "qué pasó"; es un lector de anécdotas, no de sentido. No creo en la decadencia de la novela, y si acepto la de la lectura es porque creo firmemente en la decadencia del lector. Parafraseando una afirmación de Fernando Savater sobre el pensar bien, puede decirse que "quien no se esfuerza en leer, no leerá nunca nada verdaderamente interesante".

28 d’abril 2006

El premi Llibreter

Perilla la continuïtat del premi Llibreter

Vilaweb
DIVENDRES, 28/04/2006 - 18:46h

La 7a edició del premi Llibreter corre el risc de no celebrar-se després que quatre dels set membres del jurat han dimitit. En un comunicat han explicat que les raons són les diferents declaracions fetes per membres de l'actual junta del Gremi de llibreters, que posen en dubte la seva imparcialitat. Han abandonat: Àlvar Masllorens de Proa Espais de Barcelona; Joan Flores de La Llopa de Calella; Adela Nogueira de la Paideia de Sant Cugat; i Anna Costas de la Catalònia de Barcelona.

El comunicat que han enviat als mitjans diu: 'En diferents ocasions, de manera pública i publicada, s’ha posat en dubte la nostra imparcialitat a l’hora de donar el premi, adduint favoritismes de llengua, d’autors, de segells editorials. Davant d’aquesta flagrant mentida –que dona a entendre, de manera velada, l’existència d’interessos obscurs per part dels jurats establerts fins ara– i de la no acceptació de retractar-se de l’esmentada Junta, ens veiem obligats a renunciar-hi perquè no volem que se’ns continuï qüestionant com a persones, com a professionals, com a lectors'.

Joan Flores ha explicat a VilaWeb: 'Ja fa temps que hi ha una espècie de campanya per part d'una sèrie de llibreries que s'han queixat que no es premiï el llibre en català. Durant el Saló del llibre de Barcelona, el novembre de l'any passat, l'actual presidenta del gremi però que llavors encara no ho era, Imma Bellafont, ja va declarar al diari Avui que el jurat ho feia expressament de no premiar llibres en català. Per altra banda, durant les eleccions, el programa de la nova junta parlava de que s'havia de canviar premi perquè el jurat afavoria la presència d'autors que escrivien en castellà i d'obres traduïdes al castellà en detriment del català i dels autors catalans. Això és mentida i per això vam demanar a la nova junta una rectificació, però s'han negat a fer-la i també a establir qualsevol tipus de diàleg. Al final hem renunciat'.

La presidenta del Gremi, Imma Bellafont, ha declarat a VilaWeb: 'Jo no he qüestionat a ningú, estic absolutament a favor del premi, mai se m'ha acudit pensar que cap d'aquests llibreters estiguin propers a una editorial, només he qüestionat el fet de la llengua. Demano que es pensi més en el llibre català, i és el pensament de molta gent'. Bellafont assegura que no sap com ha anat la dimissió perquè ella no se n'ha encarregat d'aquest tema, 'ja tinc prou feina amb el tema Abacus i fins ara amb el Sant Jordi. Hi havia una comissió que va gestionar el tema, per això no sé com ha anat'.

Els llibreters dimissionaris han explicat: 'Pensem que la trajectòria del premi ens avala. Com qualsevol Jurat podem encertar-la més o menys, però tenim la consciència tranquil·la d’haver actuat sempre respectant escrupulosament les bases del Premi –aprovades, i no derogades ni modificades, pel Gremi de Llibreters de Barcelona i Catalunya en sessió plenària– que en el seu primer punt diuen: El jurat atorgarà el guardó de narrativa a aquell llibre, publicat en català o castellà, de creació pròpia o traduït, que ha estat (durant l’últim any) una referència constant, que aporta una novetat, per la seva temàtica o pel tractament literari, o que, simplement, destaca per la seva qualitat, al marge de les modes. Un llibre que, en mig de la gran oferta disponible, no sempre rep l’atenció que mereix i que gràcies als llibreters pot arribar a nous lectors. Com a membres del Jurat, aquesta ha estat l’única norma que ha regit la nostra actuació'.

'A tot ens sap molt de greu deixar el jurat del premi Llibreter, diu Joan Flores, perquè creiem en aquest premi i ens porta molta feina triar-lo. És una feinada i la democràcia del premi és garantida: pensa que cada dos anys entre un nou membre al jurat i que cada llibreria agremiada pot proposar fins a cinc títols. Això fa que, per exemple, l'any passat optaven al premi setanta-tres títols. Els vam llegir tots, els vam debatre a fons...' I diu un altre llibreter dimissionari, Àlvar Masllorens: 'Únicament parlàvem de literatura i l'únic criteri que valia era la qualitat literària. No hem afavorit mai autors ni editorials ni distribuïdores ni hem estat un reducte anticatalanista. Però jo estic tranquil, tinc la consciència tranquil·la perquè els resultats ens avalen'.

En sis anys el premi Llibreter s'ha consolidat i ha aconseguit prestigi. Ha recuperat autors i n'ha descobert d'altres i els lectors li han fet confiança. Les vendes han anat dels 40.000 exemplars el títol que ha venut menys menys fins a més de 250.000 el que més. Fou el primer premi Llibreter 'L'última trobada' de Sándor Márai l'any 2000, un autor llavors gairebé desconegut, com ho era Javier Cercas i el seu 'Soldados de Salamina' abans que guanyés el premi l'any 2001. L'any 2002 es va donar a conèixer l'obra de Charles Baxter, premiant 'El festí de l'amor', i es va premiar J. M. Coetzee per 'L'edat de ferro' el 2003, pocs mesos abans que se li concedís el Nobel de Literatura. L'any 2004 es va publicar 'Mentira' d'Enrique de Hériz i l'any passat 'El port de les aromes' de John Lanchester, un altre desconegut. 'El port de les aromes' era un títol que fins aquell moment només s'havia publicat en castellà i que el premi va fer que es traduís també al català.

No en mi nombre

SERGI PÀMIES
EL PAÍS - 28-04-2006

Después del susto que le obligó a tomarse unos días de descanso, Josep Lluís Carod Rovira ha vuelto con el entusiasmo de siempre. Ayer anunció las intenciones de su partido respecto al referéndum de aprobación del Estatut. El voto de ERC, había dicho hace unos días, no será positivo ni negativo y añadió que el partido independentista tampoco tenía previsto defender la abstención. Les quedaban, pues, dos alternativas de voto: nulo y en blanco. Que los republicanos sean coautores del Estatut por el que no piensan votar afirmativamente sólo es uno de los muchos gags de un proceso que empezó con el pacto de la tortilla y que esta semana ha culminado con unas no menos cómicas sesiones en el Senado madrileño. Allí los contribuyentes han podido saborear el lirismo de Manuela de Madre, portavoz del PSC, que propuso conducir la discusión por el camino del amor y de la comprensión: "El amor verdadero, el afecto verdadero, nace cuando quien dice que quiere, quiere por lo que se es, no por lo que quiera que se sea". Es un trabalenguas que, al mismo tiempo que aporta calidez a un género tradicionalmente árido, añade perplejidad a un territorio ya perplejo de por sí. La decisión final de ERC se certificará en asambleas y reuniones y no se descarta que, al final, los republicanos organicen un referéndum interno para decidir su voto en el reférendum externo, aunque ignoro si el interno incluye la posibilidad de votar en blanco o nulo. Por ahora, y a juzgar por el comunicado de ayer, recomiendan preferentemente el voto nulo político.

Como suele ocurrir cuando conviene crear el ambiente apropiado para colar una media verdad gigantesca, ya se ha hecho público el oportuno estudio gubernamental según el cual la participación en el referéndum será del 57,3%. Es el truco del almendruco: marcas un listón bajo y así te preparas para resistir cualquier bofetada. La cifra anunciada, sin embargo, no está lejos de la que certificaron las elecciones al Parlament de 2003. En aquella ocasión la participación fue del 62,54%, y yo me decanté por el voto en blanco (que, por si alguien no lo sabe, consiste en introducir un sobre vacío dentro de la urna). El voto nulo, en cambio, se basa en someter la papeleta a un proceso de tunning que la invalida como tal: caricaturas de candidatos, eslóganes reivindicativos, anotaciones de teléfono móvil, papiroflexias varias, listas de la compra recicladas, pegatinas del garañón catalán o de servicios permanentes de cerrajería, filtros para porro desconstruidos o cualquier elemento que altere la estructura del documento electoral. ERC, en cambio, habla de voto nulo político, una estrategia de maquillaje conceptual que intenta darle una dignidad que ya veremos si cuela.

En 2003 fuimos 30.212 los que votamos en blanco, mientras que los nulos fueron 8.793. Por lo que se está cociendo, es probable que estas dos alternativas, que perdieron las pasadas elecciones, obtengan un resultado bastante espectacular. La Plataforma del Dret a Decidir, por ejemplo, también piensa defender el voto nulo y añadirá un mensaje de reivindicación nacionalista para dejar clara su decepción respecto al texto. Si, después de sus consultas internas, ERC opta por el voto nulo, estará rizando el rizo: defender la celebración de un referéndum y, al mismo tiempo, propiciar la masiva anulación de miles de votos. Los que opten por el voto en blanco siendo de ERC se sumarán a los que ya llevamos unos años resignándonos a esta pálida causa. No opinaré sobre el voto nulo porque nunca lo he practicado pero sí sobre esta posible OPA hostil a los que sufrimos la fascinación ante la página, perdón, la papeleta en blanco. Si un partido político convencional, que ha sido responsable de buena parte de toda esta movida deja entreabierta la puerta a favor del voto blanco, invadirá la plácida zona de pataleo protestón de los que dejan constancia de su desacuerdo con las formas y el fondo de este y de otros procesos legítimos y democráticos. ¿En qué nos diferenciaremos los unos de los otros?

De entrada, la organización que recomiende el voto en blanco se apropiará de 30.000 votos que no les corresponden y hará que se interpreten con criterios colectivos una opción que, por su propia naturaleza, resulta menos interpretable y más individualista. A los que votamos en blanco siempre se nos critica por no implicarnos, por no mojarnos, y, en el mejor de los casos, se nos perdona la vida diciendo: bueno, por lo menos participa y vota en blanco. Pero si participar supone mezclarse con colectivos de personalidad múltiple que no tienen inconveniente en desmentir con la mano derecha lo que hace su mano izquierda, ¿para qué ejercer la discrepancia transversal y testimonial? Por eso mismo, y asumiendo que por mucho que proteste no podré evitar que el Gobierno se gaste 1,8 millones de euros en favor de la participación en un mecanismo legítimo de la democracia en la que parte del gobierno recomienda el voto nulo, en esta ocasión me sumaré a la mayoría silenciosa de la abstención, una abstención que, según fuentes gubernamentales, rondará el 42,7 %.

27 d’abril 2006

Peter Handke

Peter Handke est interdit de Comédie-Française
LE MONDE | 27.04.06 | 10h52 • Mis à jour le 27.04.06 | 10h52

Peter Handke ne sera pas joué à la Comédie-Française. Sa pièce Voyage au pays sonore ou l'art de la question, qui devait être créée du 17 janvier au 24 février 2007 au Théâtre du Vieux-Colombier, dans une mise en scène de Bruno Bayen, a été retirée de la programmation à quelques jours de l'annonce de la saison 2005-2006, prévue le 4 mai.

C'est Marcel Bozonnet, l'administrateur général de la Maison, qui a pris la décision, après avoir lu dans Le Nouvel Observateur du 6 avril un article faisant état de la visite de l'écrivain autrichien en Serbie. Le 18 mars, Handke a assisté à l'enterrement de Slobodan Milosevic, l'ex-président de la Serbie, mort le 11 mars au cours de son procès pour génocide et crimes de guerre devant le Tribunal pénal international de La Haye.

"Je suis heureux d'être près de Slobodan Milosevic, qui a défendu son peuple", aurait déclaré Peter Handke selon Le Nouvel Observateur, qui précise que l'écrivain a réitéré ses prises de position pro-serbes, et est apparu "brandissant le drapeau serbe, se pressant pour toucher le corbillard et y déposer une rose rouge".

"UN OUTRAGE AUX VICTIMES"

"C'est vrai que mon sang n'a fait qu'un tour quand j'ai lu cet article", déclare Marcel Bozonnet. "J'ai décidé d'en discuter avec le comité d'administration de la Comédie-Française et les comédiens qui devaient jouer la pièce de Handke. Le théâtre est une tribune, son effet est plus large que l'audience de la seule représentation. Même si la pièce de Handke ne fait pas œuvre de propagande, elle offre à l'auteur une visibilité publique. Je n'avais pas envie de la lui donner."

Marcel Bozonnet, qui précise que certains défendaient le maintien de la pièce à l'affiche, ajoute qu'il a pris sa décision parce que "la présence de Peter Handke aux obsèques de Milosevic est un outrage aux victimes". Reste que les positions pro-serbes de Peter Handke sont connues depuis longtemps. Pourquoi donc retirer maintenant une pièce jugée "très belle", et annuler une production prévue de longue date ? A cela, l'administrateur général de la Comédie-Française répond : "Je comprends la position de ceux qui distinguent l'œuvre de son auteur. Mais pour l'instant, je n'arrive pas à m'y résoudre."


Brigitte Salino

23 d’abril 2006

Elogio de la lectura

Alberto Manguel
BABELIA - 22-04-2006

Como la experiencia muestra, la debilidad de nuestra memoria olvida fácilmente no sólo los actos ocurridos hace mucho tiempo, sino también los recientes de nuestros días. Es, pues, muy conveniente y útil poner por escrito las hazañas e historias antiguas de los hombres fuertes y virtuosos para que sean claros espejos, ejemplos y doctrina para nuestra vida, según afirma el gran orador Tulio".

Así comienza la novela que, entre los pocos libros perdonados de la biblioteca de Don Quijote, el cura rescata por ser "un tesoro de contento y una mina de pasatiempos": el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell y Martí Joan de Galba. "Llevadle a casa y leedle", le dice a su compadre el barbero, "y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho".

El Tirant justifica su propia existencia como un remedio a nuestra flaca memoria, como depósito de nuestra experiencia pasada, como espejo de valores antiguos y de enseñanza meritoria. Eso quiso su autor, pero sus lectores, menos ambiciosos, como aquel cura de La Mancha, no se preocuparon por tales noblezas y lo recomendaron por razones más sutiles y menos graves: por dar contento, proveer pasatiempo, provocar deleite. El censorio cura y el ensañado barbero condenaron a las llamas aquellos libros de Don Quijote que, a sus ojos, pecaban de revueltos, disparatados, arrogantes, duros, secos -es decir, libros que no les gustaban-. Porque en el momento de la verdad, frente a la salvación o a la hoguera, para un verdadero lector lo que importa es el placer.

Pero ¿qué es este placer? ¿En qué consiste ese extraño sentimiento de intimidad compartida, de sabiduría regalada, de maestría del mundo a través de un mero juego de palabras, de entendimiento adquirido como por acto de magia, de manera profunda e intraducible? ¿Por qué nos lleva a rechazar ciertos libros sin misericordia y a coronar a otros como clásicos de nuestra devoción si algo en ellos nos conmueve, nos ilumina, pero por sobre todo nos deleita?

Como lectores, nuestro poder es aterrador e inapelable. No nos enternecen ni las súplicas de los críticos ni las lágrimas de los lectores que nos han precedido. Implacables, a través de los siglos, juzgamos y volvemos a juzgar a los libros que ya se creían a salvo. Por puras razones de gusto, en el paraíso de la lectura, Cervantes ocupa el lugar que Martorell y Galba han perdido a pesar del juicio del mismo Cervantes. ¿Nuestros abuelos adoraban a Anatole France y a Mazo de la Roche? A nosotros no nos gustan: al infierno con ellos. ¿Melville fue despreciado y Kafka vendía apenas unos pocos ejemplares? Hoy Melville está sentado a la diestra de Dante y una primera edición de La metamorfosis de Kafka vale unos seis mil euros. Si debemos justificarnos, inventamos razones estéticas, culturales, filológicas, históricas, filosóficas, morales. Pero la verdad es que, a fin de cuentas, nuestros juicios son casi todos refutables fuera del campo hedonista.

El lema de todo verdadero lector es De gustibus non est disputandum. "De gustos no se discute", o, como se dice en castellano, "sobre gustos no hay nada escrito". El proverbio latino dice la verdad; la traducción castellana miente. Nuestro placer no admite argumentos; admite en cambio una infinidad de escritos, los exige. Al fin y al cabo ¿qué son las bibliotecas sino archivos de nuestros gustos, museos de nuestros caprichos, catálogos de nuestros placeres?

El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de lectura sino tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma manera.

Para ciertos lectores, el placer de la lectura es uno de intimidad. Ese espacio amoroso que un lector crea con su libro no admite otra presencia. El niño que lee bajo la manta a la luz de una linterna cuando se le ha ordenado dormir, el adolescente acurrucado en el sillón para quien el único tiempo que transcurre es el del cuento que está leyendo, el adulto aislado de sus congéneres en un atiborrado vagón de tren o en un bullicioso café, encuentra su placer en un mundo creado sólo para él. Proust volvía al comedor una vez que la familia había salido a pasear para hundirse en el libro que estaba leyendo, rodeado solamente de los platos pintados colgados en la pared, del almanaque, del reloj, todos objetos, nos dice, "muy respetuosos de la lectura" que "hablan sin esperar respuesta y cuya jerga, a diferencia de la de los humanos, no trata de reemplazar el sentido de las palabras leídas con un sentido diferente". Dos horas de placer hasta la entrada de la cocinera que, con sólo decir "así no puede estar cómodo. ¿Y si le traigo una mesita?", lo obligaba a detenerse, a buscar su voz desde muy lejos, a sacar las palabras de su escondite detrás de los labios y a responder, "no, gracias", con lo cual el encanto quedaba roto. El placer de la lectura no admite terceros.

Pero hay lectores para quienes la experiencia compartida prolonga y profundiza el placer de la intimidad. Acabo de leer un párrafo que me encanta y, antes de cerrar el libro o pasar a otra página, quiero leérselo a otros, regalar a un amigo el nuevo placer descubierto, formar un pequeño ruedo de admiradores de ese texto. Dar un libro a otro lector es decirle: "Éste fue mi espejo; ojalá sea el tuyo". Es así como creamos asociaciones de lectores que tienen algo de sociedades secretas, y es gracias a ellas que ciertos autores no han desaparecido de nuestras bibliotecas canónicas. He regalado innumerables ejemplares de Su mujer mona de John Collier, de la autobiografía de Henry Green, de Contra la corriente de James Hanley, de Rosaura a las diez de Marco Denevi, para poder hablar de lo que me gusta, para que mi placer tenga un eco. En su diario, Hervé Guibert cuenta que compró las Cartas a un joven poeta de Rilke para leer al mismo tiempo que su amigo el libro que éste se había llevado de viaje.

Intimidad solitaria y compartida. La lectura nos ofrece también el placer de la inteligencia. ¿Qué otro arte nos permite pensar con Pascal, razonar con Montaigne, meditar con Unamuno, seguir los vericuetos de la mente de Vila-Matas o de Sebald? No se trata de dejarse convencer con argumentos ajenos, lo que se ha llamado "terrorismo intelectual". Se trata de ser invitados a un momento de reflexión, de convertirnos en testigos de la creación de una idea, como ocurre en los diálogos de Platón o en las novelas de Gombrowicz. Se trata de escuchar y pensar. El resultado puede o no ser compartido; poco importa, ya que el recorrido intelectual no prevé ni conclusión ni destino preciso. Cerramos ciertos libros y nos sentimos más inteligentes, resultado que el autor no puede nunca prever. "El arte alcanza una meta que no es la suya" escribió Benjamin Constant. Lo mismo puede decirse de la lectura.

El placer de la inteligencia significa al menos dos cosas: disfrutar del uso de la razón y disfrutar del reconocimiento del mundo. Es banal recordar que la lectura nos lleva a regiones insospechadas; menos banal es recordar que nos hace ciudadanos de tales regiones. Para un lector, todo libro es un museo del universo y, a veces, el universo mismo. Los lectores habitamos El Cairo de Naguib Mahfouz, las islas de Conrad, el Madrid de Galdós, pero también la luna de Wells y de Verne, los universos soñados por Lovecraft y Ursula K. Le Guin, el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Hay un cuento (ya no sé quién lo escribió) en el que un hombre leyendo las aventuras de otro que se pierde en el desierto muere de hambre y de sed en su cama, rodeado de comida y de bebida. De forma algo más moderada, todo lector conoce el placer de habitar el mundo creado por otros, de ser su explorador y su cartógrafo.

Un auténtico explorador goza de lo que encuentra, sea bueno o sea malo; un lector también. Que un libro nos parezca pésimo, no significa que no nos pueda dar placer. Los grandes poetas nos deleitan; otros menos agraciados también son capaces de hacerlo. El inglés Charles Waterton, famoso conocedor de las selvas de Suramérica, se extasiaba ante los animales más feos de la creación, como por ejemplo el sapo de Bahía, repugnante criatura que el Dr. Waterton cogía tiernamente en su mano y acariciaba con cariño, mientras hablaba emocionado de la profunda mirada y espléndido brillo de los ojos del batracio. Igual hacen los lectores con cierta mala literatura. Parafraseando a Wilde, yo diría que hay que tener un corazón de piedra para no morirse de risa ante ciertas páginas de Azorín o de Ángeles Mastreta. O ante este verso del poeta mexicano Díaz Mirón: "Tetas vastas como frutos del más pródigo papayo". Tales abominaciones tienen la marca de un genio.

Tom Stoppard escribió que para saber si un escritor es bueno o malo, hay que preguntarle a su madre. Más interesante, más entretenido, más placentero es descubrir si es un visionario. Quiero decir, si es capaz de revelarnos en su obra esos pequeños secretos que misteriosamente dan sentido al universo, diciéndonos lo que no sabíamos que sabíamos. Elijo una frase al azar, de la novela de Ana María Moix Las virtudes peligrosas: "La experiencia, en contra de lo que la gente suele opinar, no es ninguna forma de sabiduría... La experiencia, créame, amigo, no es más que una forma de nostalgia".

Tales revelaciones resultan menos insólitas que verdaderas. El lector sabe que, en tales casos, el placer no resulta de la sorpresa, que es obra del azar, sino de la confirmación de algo que ya ha intuido vagamente. La orden de Diaghilev a Cocteau -Étonnez-moi! "¡sorpréndame!"- es el deseo de un empresario, no el de un auténtico lector. El lector acepta las sorpresas del texto como un preámbulo amoroso -descubrir que alguien toma café en lugar de té, que duerme del lado izquierdo de la cama, que tararea La violetera en la ducha- pero luego busca un conocimiento más íntimo, más profundo del texto, una familiaridad que se extiende y se renueva con cada relectura. "Cuando diseño un jardín", dice un personaje de Thomas Love Peacock, "distingo lo pintoresco y lo hermoso, y agrego una tercera calidad que llamo lo inesperado". "¿Ah sí? Entonces dígame", responde su interlocutor, "¿qué nombre le da usted a esa calidad cuando alguien recorre el jardín por segunda vez?".

Tampoco debemos olvidar el placer de la memoria. Leer es recordar. No solamente esos "actos ocurridos hace mucho tiempo" sino también "los actos recientes de nuestros días". No solamente la experiencia ajena contada por el autor sino también la nuestra, inconfesada. Y no solamente las páginas del texto que vamos leyendo, memorizando las palabras a medida que adquirimos otras nuevas que olvidaremos en la página siguiente, sino también los textos leídos hace tiempo, desde la infancia, componiendo así una antología salvaje que va creciendo en nuestro recuerdo como la obra fragmentaria de un monstruoso autor único cuya voz es la de Andersen, la de San Agustín, la de Quevedo, la de Javier Cercas, la de Cortázar. Leer nos permite el placer de recordar lo que otros han recordado para nosotros, sus inimaginables lectores. La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos y estemos donde estemos. En ese sentido, no conozco mayor ejemplo de la generosidad humana que una biblioteca.

Leer nos brinda el placer de una memoria común, una memoria que nos dice quiénes somos y con quiénes compartimos este mundo, memoria que atrapamos en delicadas redes de palabras. Leer (leer profunda, detenidamente) nos permite adquirir conciencia del mundo y de nosotros mismos. Leer nos devuelve al estado de la palabra y, por lo tanto, porque somos seres de palabra, a lo que somos esencialmente. Antes de la invención del lenguaje, imagino (y sólo puedo imaginarlo porque tengo palabras), imagino que percibíamos el mundo como una multitud de sensaciones cuyas diferencias o límites apenas intuíamos, un mundo nebuloso y flotante cuyo recuerdo renace en el entresueño o cuando ciertos reflejos mecánicos de nuestro cuerpo nos hacen sobresaltar y darnos vuelta. Gracias a las palabras, gracias al texto hecho de palabras, esas sensaciones se resuelven en conocimiento, en reconocimiento. Soy quien soy por una multitud de circunstancias, pero sólo puedo reconocerme, ser consciente de mí mismo, gracias a una página de Borges, de Jaime Gil de Biedma, de Virginia Woolf, de un sinnúmero de autores anónimos. La lombriz de la conciencia (como la llamó Nicolà Chiaromonte en otra página que me define) denota la incisiva, constante, obsesiva búsqueda de nosotros mismos. La lectura añade a esta obsesión la consolación del placer.

El placer ha sido denigrado en nuestra época al entretenimiento superficial, a la distracción, a la facilidad, a la satisfacción egoísta. Confundimos información con conocimiento, terrorismo con política, juego con habilidad manual, valor con dinero, respeto mutuo con tolerancia altiva, equilibrio social con comodidad personal. Creemos que estar contentos (o creer que estamos contentos) es ser felices. Quienes están en el poder nos dicen que para sentir placer tenemos que olvidarnos del mundo, someternos a normas autoritarias, dejarnos subyugar por míseros paraísos, deshumanizarnos. Pero el auténtico placer, el que nos alimenta y nos anima, tiende a lo contrario: a tomar consciencia de que somos humanos, que existimos como pequeños signos de interrogación en el vasto texto del mundo. Quienes tenemos la fortuna de ser lectores sabemos que es así, puesto que la lectura es una de las formas más alegres, más generosas, más eficaces de ser conscientes.

Mahmud Darwix

MANUEL PLANELLES - Córdoba
EL PAÍS - Cultura - 22-04-2006

"Estoy en contra de la poesía política o de resistencia inmediata"


Mahmud Darwish nació en 1941 en Birwa. Desde que empezó a escribir vive atrapado entre dos realidades: la de ser poeta y la de ser palestino. Como palestino ha sufrido el exilio (dice que todavía lo está porque "Palestina es una gran cárcel"), ha sido perseguido por sus escritos contra la ocupación de Israel y fue miembro activo de la OLP. Como poeta, está considerado uno de los referentes de la lírica árabe actual y ha logrado el reconocimiento también en Occidente. Estos días participa en Cosmopoética, el encuentro de poetas internacionales que se celebra en Córdoba.

¿Es inevitable que surja el problema palestino si se habla con usted de literatura?


Estoy preocupado por esta cuestión. A pesar de que me siento palestino, veo que cuando se habla con un poeta americano no se le pregunta por la política norteamericana. Pero comprendo que el problema en mi tierra es tan largo, tan enquistado y tan doloroso que cualquier palestino quiere hacer algo por poco que sea. Pero me niego a que el único tema existente en la poesía palestina sea el conflicto. Es cierto que todo poeta tiene unas circunstancias históricas concretas pero, si es un buen poeta, tiene que abstraerse para ir de lo concreto a lo universal.

¿Está cansado de que se le considere el poeta nacional palestino?

No estoy cansado de eso, estoy cansado de que los lectores de mi poesía crean que saben lo que voy a escribir antes de que lo haya escrito. Pero yo siempre intento sorprenderles. Estoy en contra de la poesía política o de resistencia inmediata. Mi última colección de poemas, por ejemplo, trata de las flores de los almendros. Estoy cansado de algunos intelectuales que quieren encasillarme como un poeta político directo. Curiosamente, me acusan de dos cosas: unos de no ser lo suficientemente nacionalista y otros de ser demasiado político y nacionalista. Pero el lector busca otra cosa. Cuando recito en Palestina siento que lo que quiere la gente es que les lea poesía de amor. Los palestinos están vivos y quieren lo que el resto de la humanidad: amor.

En su poesía hay referencias constantes a la Tora, a los Evangelios, al Corán... ¿Es un afán integrador?

Yo me siento hijo de todas estas culturas. Yo soy hijo de la tierra palestina y todas las culturas del mundo hunden sus raíces allí. La identidad cultural de Palestina es múltiple, plural. Cuando introduzco en mi poesía elementos relativos a la Tora o a los Evangelios, éstos no son religiosos sino literarios. Mi relación con todos estos libros es literaria. Es importante comprender que todas las religiones se han ido sucediendo unas a otras no para suplantarse sino para complementar un mensaje. Esto es algo que deben aprender los fundamentalistas de todas estas religiones.

¿Árabes y judíos viven de espaldas en lo cultural?

El enfrentamiento entre israelíes y árabes ha dejado de lado la investigación sobre las relaciones culturales. Lo más peligroso de esta lucha es que la están convirtiendo en un combate religioso.

Usted ha dicho que "el mundo se mueve en el poema, pero el poema no cambia el mundo". ¿Qué puede hacer un poema?

El arte tiene algo mágico porque no pretende tener una función clara. Hay bastantes escuelas de pensamiento que creen que la poesía puede cambiar el mundo. Esto es un sueño, todo poeta sueña que con su poema puede cambiar el mundo. Pero lo que tiene que ser indispensablemente es bello. El poema lo que puede hacer es cambiar nuestra forma de ver el mundo. Cambiar nuestra forma de relacionarnos con el mundo porque nos lleva al principio del verbo. Pero la poesía no es como un espejo. Yo escribí una vez que el poema sólo cambia a quien lo escribe. En la poesía también hay una parte de búsqueda personal. Volviendo a Palestina, el poeta palestino siente que tiene que reconstruir un espacio y un tiempo que se han roto pero no tiene otros útiles que no sean las palabras. Con ellas intenta reconstruir una patria o hace de las palabras una patria. Porque la patria última de un poeta son las palabras.

¿Cree que el ritmo es el mayor tesoro de la poesía árabe?

Creo que el ritmo es lo más importante para cualquier poeta. La musicalidad es el momento que distingue la prosa del verso. Yo no soy un poeta a la manera clásica que defienda los versos y los pies métricos tradicionales, pero considero que el ritmo poético es un elemento indispensable. Es cierto que la literatura árabe es muy rica en metros, pero sorprendentemente la mayoría de los poetas árabes actuales escriben en verso libre. Yo soy uno de los pocos y últimos que escribo con un pie métrico. Lo que hago es buscar en los metros tradicionales pero creando nuevas musicalidades. Escribir poesía sin conocer el ritmo es igual que escribir música sin saber solfeo.