EL PAÍS - 28-04-2006
Después del susto que le obligó a tomarse unos días de descanso, Josep Lluís Carod Rovira ha vuelto con el entusiasmo de siempre. Ayer anunció las intenciones de su partido respecto al referéndum de aprobación del Estatut. El voto de ERC, había dicho hace unos días, no será positivo ni negativo y añadió que el partido independentista tampoco tenía previsto defender la abstención. Les quedaban, pues, dos alternativas de voto: nulo y en blanco. Que los republicanos sean coautores del Estatut por el que no piensan votar afirmativamente sólo es uno de los muchos gags de un proceso que empezó con el pacto de la tortilla y que esta semana ha culminado con unas no menos cómicas sesiones en el Senado madrileño. Allí los contribuyentes han podido saborear el lirismo de Manuela de Madre, portavoz del PSC, que propuso conducir la discusión por el camino del amor y de la comprensión: "El amor verdadero, el afecto verdadero, nace cuando quien dice que quiere, quiere por lo que se es, no por lo que quiera que se sea". Es un trabalenguas que, al mismo tiempo que aporta calidez a un género tradicionalmente árido, añade perplejidad a un territorio ya perplejo de por sí. La decisión final de ERC se certificará en asambleas y reuniones y no se descarta que, al final, los republicanos organicen un referéndum interno para decidir su voto en el reférendum externo, aunque ignoro si el interno incluye la posibilidad de votar en blanco o nulo. Por ahora, y a juzgar por el comunicado de ayer, recomiendan preferentemente el voto nulo político.
Como suele ocurrir cuando conviene crear el ambiente apropiado para colar una media verdad gigantesca, ya se ha hecho público el oportuno estudio gubernamental según el cual la participación en el referéndum será del 57,3%. Es el truco del almendruco: marcas un listón bajo y así te preparas para resistir cualquier bofetada. La cifra anunciada, sin embargo, no está lejos de la que certificaron las elecciones al Parlament de 2003. En aquella ocasión la participación fue del 62,54%, y yo me decanté por el voto en blanco (que, por si alguien no lo sabe, consiste en introducir un sobre vacío dentro de la urna). El voto nulo, en cambio, se basa en someter la papeleta a un proceso de tunning que la invalida como tal: caricaturas de candidatos, eslóganes reivindicativos, anotaciones de teléfono móvil, papiroflexias varias, listas de la compra recicladas, pegatinas del garañón catalán o de servicios permanentes de cerrajería, filtros para porro desconstruidos o cualquier elemento que altere la estructura del documento electoral. ERC, en cambio, habla de voto nulo político, una estrategia de maquillaje conceptual que intenta darle una dignidad que ya veremos si cuela.
En 2003 fuimos 30.212 los que votamos en blanco, mientras que los nulos fueron 8.793. Por lo que se está cociendo, es probable que estas dos alternativas, que perdieron las pasadas elecciones, obtengan un resultado bastante espectacular. La Plataforma del Dret a Decidir, por ejemplo, también piensa defender el voto nulo y añadirá un mensaje de reivindicación nacionalista para dejar clara su decepción respecto al texto. Si, después de sus consultas internas, ERC opta por el voto nulo, estará rizando el rizo: defender la celebración de un referéndum y, al mismo tiempo, propiciar la masiva anulación de miles de votos. Los que opten por el voto en blanco siendo de ERC se sumarán a los que ya llevamos unos años resignándonos a esta pálida causa. No opinaré sobre el voto nulo porque nunca lo he practicado pero sí sobre esta posible OPA hostil a los que sufrimos la fascinación ante la página, perdón, la papeleta en blanco. Si un partido político convencional, que ha sido responsable de buena parte de toda esta movida deja entreabierta la puerta a favor del voto blanco, invadirá la plácida zona de pataleo protestón de los que dejan constancia de su desacuerdo con las formas y el fondo de este y de otros procesos legítimos y democráticos. ¿En qué nos diferenciaremos los unos de los otros?
De entrada, la organización que recomiende el voto en blanco se apropiará de 30.000 votos que no les corresponden y hará que se interpreten con criterios colectivos una opción que, por su propia naturaleza, resulta menos interpretable y más individualista. A los que votamos en blanco siempre se nos critica por no implicarnos, por no mojarnos, y, en el mejor de los casos, se nos perdona la vida diciendo: bueno, por lo menos participa y vota en blanco. Pero si participar supone mezclarse con colectivos de personalidad múltiple que no tienen inconveniente en desmentir con la mano derecha lo que hace su mano izquierda, ¿para qué ejercer la discrepancia transversal y testimonial? Por eso mismo, y asumiendo que por mucho que proteste no podré evitar que el Gobierno se gaste 1,8 millones de euros en favor de la participación en un mecanismo legítimo de la democracia en la que parte del gobierno recomienda el voto nulo, en esta ocasión me sumaré a la mayoría silenciosa de la abstención, una abstención que, según fuentes gubernamentales, rondará el 42,7 %.
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