Los libros son estupendos: es lo mejor que hay para leer, están bien de precio, no necesitan recarga, pasarán a nuestros herederos con nuestras anotaciones y subrayados y, cuando los sacamos de paseo, informan al universo acerca de nuestros gustos y aficiones, a través de sus cubiertas... Los metemos en nuestros bolsillos y mochilas, los zarandeamos en mudanzas, los dejamos caer al suelo inadvertidamente, y ahí están: siempre a nuestro servicio.
Pero... tienen un pequeño problema. Quiero releer el primer libro que me recomendó mi madre. O: se me antoja volver sobre ese interesante ensayista del XIX. O incluso: no leí en su momento el poemario de Fulano. Encontrar un libro de hace dos, cinco, veinte, cuarenta o doscientos años puede ser sencillamente imposible. A cambio, cada año hay decenas de miles de títulos nuevos, aunque: ¿cómo saber cuáles están destinados a ocupar un lugar en nuestro corazón? Y por último: ¿cuál de los muchos libros que no he leído, de cuya existencia incluso nada sé, es vital para mí...?
No: el libro no es un problema. Lo que es un problema es encontrar el que quieres (por un lado) y saber cuál de las centenas de millares, viejos y nuevos, que existen deberías leer (por otro). Es decir: el problema es una industria basada en la novedad y la circulación rápida. Cuando se habla de la muerte del libro en realidad se está hablando de la quiebra de ese sistema. Vamos a ver: ¿qué envidiamos más de ese e-book, su pantalla plateada o el hecho de que te puede traer en segundos el libro que quieres?
El libro del futuro, el que estamos construyendo hoy entre todos, nos promete lo mejor de los dos mundos: el flujo de informaciones instantáneas, y el antiguo y acreditado objeto-libro. Las hibridaciones serán múltiples, y las que voy a contar no son ciencia-ficción, sino realidades actuales. Como por ejemplo: libros desaparecidos que vuelven a la vida en tiradas de pocos ejemplares (impresión sobre pedido). Libros editados modernamente, localizables con toda facilidad en bases de datos. O libros del pasado accesibles en sitios web que agrupan a centenares de librerías de viejo.
Y los procedimientos para orientarnos en el espeso magma de lo no leído. Por ejemplo: libros tradicionales pero que también tienen su texto en la Web, de modo que cuando rastreamos un concepto nos los topamos en los buscadores. Lectores que etiquetan y comentan sus libros en sitios web colectivos para que otros los conozcan. Autores que exponen sus obras, y a veces sus procesos creativos, a la vista del público...
Borges imaginaba el paraíso bajo la forma de una biblioteca. Pero ¿qué es la biblioteca sino la promesa de una gigantesca reserva de libros y un orden para encontrarlos? En lejanos almacenes, en librerías de novedades y de segunda mano, custodiados en bibliotecas, o incorpóreos como arquetipos digitales listos para ser impresos esperan cientos de miles de libros, y hoy una red mundial de búsquedas y recomendaciones, como nunca ha existido, permite llegar hasta ellos.
Nos gustan los textos en la Red, adoramos los e-books. Pero para sentarse cómodamente y leer no hay nada como los buenos, los amigables libros de papel.
Y cada vez están más cerca.
Pero... tienen un pequeño problema. Quiero releer el primer libro que me recomendó mi madre. O: se me antoja volver sobre ese interesante ensayista del XIX. O incluso: no leí en su momento el poemario de Fulano. Encontrar un libro de hace dos, cinco, veinte, cuarenta o doscientos años puede ser sencillamente imposible. A cambio, cada año hay decenas de miles de títulos nuevos, aunque: ¿cómo saber cuáles están destinados a ocupar un lugar en nuestro corazón? Y por último: ¿cuál de los muchos libros que no he leído, de cuya existencia incluso nada sé, es vital para mí...?
No: el libro no es un problema. Lo que es un problema es encontrar el que quieres (por un lado) y saber cuál de las centenas de millares, viejos y nuevos, que existen deberías leer (por otro). Es decir: el problema es una industria basada en la novedad y la circulación rápida. Cuando se habla de la muerte del libro en realidad se está hablando de la quiebra de ese sistema. Vamos a ver: ¿qué envidiamos más de ese e-book, su pantalla plateada o el hecho de que te puede traer en segundos el libro que quieres?
El libro del futuro, el que estamos construyendo hoy entre todos, nos promete lo mejor de los dos mundos: el flujo de informaciones instantáneas, y el antiguo y acreditado objeto-libro. Las hibridaciones serán múltiples, y las que voy a contar no son ciencia-ficción, sino realidades actuales. Como por ejemplo: libros desaparecidos que vuelven a la vida en tiradas de pocos ejemplares (impresión sobre pedido). Libros editados modernamente, localizables con toda facilidad en bases de datos. O libros del pasado accesibles en sitios web que agrupan a centenares de librerías de viejo.
Y los procedimientos para orientarnos en el espeso magma de lo no leído. Por ejemplo: libros tradicionales pero que también tienen su texto en la Web, de modo que cuando rastreamos un concepto nos los topamos en los buscadores. Lectores que etiquetan y comentan sus libros en sitios web colectivos para que otros los conozcan. Autores que exponen sus obras, y a veces sus procesos creativos, a la vista del público...
Borges imaginaba el paraíso bajo la forma de una biblioteca. Pero ¿qué es la biblioteca sino la promesa de una gigantesca reserva de libros y un orden para encontrarlos? En lejanos almacenes, en librerías de novedades y de segunda mano, custodiados en bibliotecas, o incorpóreos como arquetipos digitales listos para ser impresos esperan cientos de miles de libros, y hoy una red mundial de búsquedas y recomendaciones, como nunca ha existido, permite llegar hasta ellos.
Nos gustan los textos en la Red, adoramos los e-books. Pero para sentarse cómodamente y leer no hay nada como los buenos, los amigables libros de papel.
Y cada vez están más cerca.